El amanecer fue de un día cualquiera de
invierno, frío, triste y nublado. Nada parecía tener sentido, ¿había sido todo
un sueño?, demasiado real, decía para sus adentros. Sentía frío, mucho más de
lo habitual; la tenue luz que asomaba por el ventanal dañaba sus ojos y decidió
cerrarlos, taparse y escuchar. Al poco notó algo extraño, fuera de lo normal,
tenía algo en el costado del cuello que al tocarlo le produjo un dolor punzante
y su corazón se aceleró; ¿y si no había sido un sueño? lo único que se
escuchaba eran los rápidos latidos, la preocupación se apoderó de su cuerpo y
las preguntas la inundaban la cabeza; abrió los ojos y se incorporó pero no
podía vislumbrar nada más que bultos, la luz a pesar de tenue la cegaba.
Titubeante salió al pasillo de la mansión, el polvo y las cortinas hacían opaco el tragaluz y
conseguían una extraña penumbra.
Los recuerdos dominaban su mente en la
oscuridad, ¿Quién era el extraño? ¿qué me hizo?; según lo que había leído en
cuentos e historias unas marcas así no las dejaba cualquiera, pero eran reales.
Fue al lavabo a taparse la herida, el agua en contacto con la herida, abrasaba,
entraba en ebullición y no surtía efecto. El dolor se fue haciendo más intenso
conforme pasaban las horas. Tenía sed y estaba agotada, pero el agua no la
saciaba, la comida no satisfacía su paladar, necesitaba… algo más.
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